Eva by Arturo Pérez-Reverte

Eva by Arturo Pérez-Reverte

autor:Arturo Pérez-Reverte [Pérez-Reverte, Arturo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2017-10-01T04:00:00+00:00


Traigo café y saludos del Jabalí. Estoy en el Rif, calle abajo.

Se quedó un momento inmóvil, mirando el papel. Después volvió sobre sus pasos, bajó a la calle, pasó junto al baluarte de los antiguos cañones y anduvo un corto trecho.

El Rif era una pequeña casa de comidas, con la cocina a la vista. Dentro olía a parrilla moruna y a especias. El local tenía las paredes enjalbegadas, una mano de Fatma pintada en el dintel y solo media docena de mesas, todas vacías menos una. En ella, con la espalda hacia la pared, estaba Paquito Araña.

Al sentarse frente a él, Falcó advirtió el conocido olor a pomada para el pelo y perfume de agua de rosas.

—Buenas noches, guapetón —dijo Araña.

Sus ojos saltones, de batracio peligroso, lo observaban atentos. Tenía delante una cazuelita de barro con tayín de pollo, del que parecía haberse ocupado con apetito.

—¿Quieres cenar algo?

—No.

El sicario estaba peinado con esmero, la raya baja, el pelo aplastado sobre la frente para disimular la incipiente calvicie. En la silla contigua tenía un sobretodo impermeable Loden de color verde musgo y un sombrero de gabardina. Vestía un traje ligero de tres piezas, una camisa a rayas de cuello blando y un nudo pajarita rojo con topos azules. Se había puesto una servilleta en el chaleco, para no mancharlo.

—Di que te alegras de verme, amor —dijo tras un instante.

Sonrió Falcó. Miró un momento hacia la puerta y volvió a sonreír.

—Me alegra verte.

Araña siguió la dirección de su mirada. Luego hizo un mohín, frunciendo los labios.

—¿Problemas inmediatos?

—No esta noche.

—Pues faltaría más, oye. Que no te alegrases. Estoy aquí porque has pedido que venga.

—Te lo agradezco.

—Ya puedes, galán. Menudo viaje… En avión, dando tumbos en el aire sentado entre sacas de correo, y luego en coche desde Tetuán, tragando polvo.

Miró los restos del tayín, pinchó un trocito de pan en el tenedor y lo mojó en la salsa.

—Tánger me sonaba bien, ya entiendes —añadió—. Estos chicos de piel morena, con sus ojazos negros y todo lo demás. Tan estimulantes, ¿verdad?… No me desagradó el encargo.

—No vas a tener tiempo de hacer vida social.

El otro se metió el pan en la boca y masticó despacio. Pensativo.

—Nunca se sabe —concluyó.

—¿Dónde te alojas?

—En una pensión discreta, ahí cerca —hizo un ademán vago con el tenedor, indicando la calle—. Perfil modesto, como casi siempre. Puerca miseria. Los hoteles buenos quedan para las estrellitas como tú. Los niños guapos del Almirante.

—¿Qué te dijo el Jabalí?

—¿Literalmente?

—Sí.

—«Ese chuloputas no puede vivir sin ti». Eso fue lo que dijo.

—Me refiero a la misión.

Araña se miró las uñas, que estaban muy limpias y sonrosadas, recortadas y pulidas. Tenía manos pálidas, delicadas, que cuidaba a diario con Neige des Cévennes y otras marcas de belleza muy exquisitas y caras. Con aquellas manos casi femeninas y con su apenas metro sesenta de estatura, Paquito Araña había empezado once años atrás su carrera de asesino ejerciendo como pistolero de la Patronal en Barcelona. El primero de la CNT al que había matado —después hubo otros,



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